lunes, 31 de agosto de 2015

Pesadilla en Hollywood Street: la intoxicación del cine de terror




30 de agosto de 2015, fallece el mítico director de cine de terror Wes Craven, creador de cintas tan famosas como “Scream”, “Las colinas tienen ojos”, “La última casa a la izquierda” y, sobre todo, “Pesadilla en Elm Street”. Un día más tarde me excuso de su muerte para compartir una reflexión sobre el cine de terror y su enfoque actual.

Como punto de partida he de reconocer que el cine de terror, hasta hace bien poco, no me atraía lo más mínimo, de hecho rajaba de él siempre que tenía oportunidad, veía ridículo el hecho de pasar casi dos horas delante de una pantalla visualizando un esperpento irracional que, para causar miedo, recurre al susto fácil y a la magia de los efectos especiales, olvidándose completamente de la coherencia de la historia y de aspectos tan importantes en el cine como el guión o la dirección. No obstante, con el paso del tiempo me animé a ver cine de terror y recurrí para ello a ciertos clásicos del género. ¡Cuál fue mi sorpresa cuando ese mencionado esperpento se convirtió en un cúmulo de emociones y de recursos! Y es que estaba equivocado, no era el cine de terror lo que me desagradaba, sino el enfoque que se le da al mismo en la actualidad.

El camino al fracaso comienza cuando una película sustituye la angustia que debe causársele al espectador por el “susto inesperado”, dicho “recurso” consigue el objetivo de levantar al espectador un par de veces de su asiento durante el transcurso de la película… y ya está. ¿Es esa la finalidad del cine de terror? ¡Pues claro que no! El terror es algo más. Una buena película de terror debe reflejar angustia, debe asustar, debe hacer que el espectador se plantee la posibilidad de que algo así le ocurra. ¡Admitámoslo! Las películas de terror están creadas para producir algún tipo de trauma en los espectadores: no poder dormir por la noche, temer caminar por una calle vacía, mirar de reojo al hombre sospechoso que nos sigue, evitar entrar en siniestros trasteros al anochecer, etc.

El cine de terror debe ser también un espacio anárquico donde  romperse las reglas sociales, donde se violan los espacios sagrados, se tocan los tabúes y se insultan las buenas costumbres, de acuerdo, pero nunca ello debe suponer obstáculo a la congruencia de la historia ni una frontera para mostrar humanidad, y es que el cine es más que entretenimiento, es un cúmulo de emociones que salpican al espectador durante su contemplación por el mismo, y como cúmulo de emociones que es, no se debe renunciar nunca a alguna de ellas. Chocamos pues con otro de los grandes problemas del cine de terror actual, y es el encasillamiento del mismo, es decir, parece que una película de terror únicamente puede producir miedo, renunciando al drama, comedia (Wes Craven y Freddy Krueger dejaron claro que no son completamente incompatibles ambos géneros), y filosofía, reduciéndose, en la mayoría de ocasiones en una empachosa mezcla con ciencia-ficción en forma de tediosa sobrenaturalidad, o con suspense, que casi siempre conduce en saber quién es el asesino, en quien morirá primero…

En efecto, otro de los grandes problemas del cine de terror actual es la monotonía del mismo, la falta de innovación en el género. Y lo digo no refiriéndome al arquetipo tradicional: grupo de jóvenes/adultos que se encuentran amenazados por un asesino en serie o por una fuerza sobrenatural y cuyas muertes se van sucediendo a lo largo del filme, ya que imprescindibles piezas del cine de terror tales como “La noche de Halloween” o “La cosa: el enigma de otro mundo” de John Carpenter, o la mencionada “Pesadilla en Elm Street” de Wes Craven  responden a ese esquema, sino al modo en el que se infunde la angustia al espectador. Es de destacar que, por ejemplo, en “La noche de Halloween” John Carpenter recurre a la idealización de un  ente, muestra al personaje de Michael Myers envuelto siempre en un halo de misterio que mejora notablemente la calidad de la obra. Podría decirse que es esa dicotomía entre el “mostrar” y el “sugerir”, y es que como transcribía Oscar Wilde en “El retrato de Dorian Gray”:Lo más banal resulta delicioso con sólo esconderlo. Para quienes no lo entiendan, la diferencia entre enseñar y sugerir es como aquella diferencia existente entre la pornografía y el erotismo.

Tampoco es imposible realizar una película de terror valiéndose de los principales recursos que, se supone, debe utilizar un buen director de cine, de hecho es preferible que una película (sea del género que sea)  contenga riqueza de planos y una brillante utilización de la luz y el sonido acompañando la cinta. Precisamente estos recursos (junto con un carismático personaje interpretado por el extravagante Jack Nicholson) convierten a “El Resplandor” (¡Como olvidar el uso del plano-secuencia en la escena del niño con el triciclo!) en una obra inmortal capaz de envejecer perfectamente en el mundo del cine.


Pero, ¿por qué maldita razón los creadores del nuevo cine de terror se empeñan en hacer tan tediosas películas? ¿Falta de esfuerzo? Quizá el problema no sea la falta de esfuerzo, sino la focalización del mismo, que va dirigido a hacer un tráiler que suscite la curiosidad en el espectador con independencia de la morralla con la que el mismo se pueda encontrar posteriormente. Verdaderamente, el cine actual va dirigido a ser “taquillero”, es decir, producir dinero, sin más. Ha sido un proceso paulatino que ha culminado con la conversión de lo que era principalmente un arte en una máquina de hacer dinero. Cosas de Hollywood.

Y con esto no quiero decir que el 95% de las cintas de terror actuales sean malas, con esto quiero decir que el 98% de las películas de terror de hoy son una puta mierda. Lógicamente, tampoco quise decir que todas las películas de terror antiguas fueran joyas del cine.

No obstante, no pierdo la esperanza de encontrarme con directores de cine de terror que sean, de verdad, directores de cine de terror y que me ofrezcan una buena película, algo más que la reproducción de un video que apenas consiga levantarme un par de veces de mi asiento, o que sirva para algo más que para meter mano. Mientras tanto, seguiré realizando viajes en el tiempo para disfrutar de los grandes clásicos del terror.

domingo, 30 de agosto de 2015

Whiplash o la psicosis estudiantil


Como estudiante de música que soy, tanto en el conservatorio como en las diferentes agrupaciones musicales en las que participo, había una película de la que todo el mundo hablaba y de la cual yo no tenía ni la más remota idea de su existencia, creando en mí una tremenda curiosidad. Esta película se llama Whiplash, y ayer, al fin, me digné a visualizarla.


Mi intención no es hacer una crítica de cine, pero, para quién no lo sepa, diré brevemente el argumento en cuestión: Un talentoso batería llega a la mejor escuela de jazz de Estados Unidos y entra a la big band de un profesor caracterizado por su extrema crueldad con los alumnos con tal de que estos rindan al máximo nivel, llegando incluso a la agresión física, llevando al protagonista a estudiar y practicar hasta llenar la batería de sangre, literalmente. Qué maquiavélico, ¿no?

La verdad es que el documento cinematográfico me dejó buen sabor de boca, y además, al ver las brutales escenas en las que el profesor agredía al batería y en las que este último ensayaba hasta, como ya he mencionado antes, sangrar y dejar a la batería digna de un campo de batalla y no de una sala de estudio; pude ver que esa “psicosis”, ya sea por los brutales métodos pedagógicos del profesor o la inquebrantable obsesión del alumno por ser un grande del jazz a la altura de Buddy Rich, que abunda en la película, es la misma psicosis que lleva haciéndose eco de presencia en los centros educativos españoles, ya sean conservatorios o institutos, y que, conforme pasa el tiempo, está echando en estos raíces cada vez más sólidas.

En este año académico que ya ha finalizado, tuve el placer (o el desagrado, depende de cómo se mire) de estudiar el primer curso de Bachillerato en la modalidad de ciencias tecnológicas y tercer curso de enseñanzas profesionales de música. Y fue justo en este año el momento en que me di cuenta de esta psicosis generalizada y de la cual aquellos que no la padecen, no son sino “víctimas” de ese trastorno, fruto de la decadencia de los valores morales y éticos de mi generación como consecuencia del pensamiento calculador y cientificista, el sueño de poder lograr un número de riquezas inconmensurable y dormir en un yate mientras dos modelos rusas me abanican, los medios de comunicación o qué sé yo.

Siempre se ha considerado la educación (o eso creo yo, quizás no sea más que un iluso con un concepto pseudohumanista de esta) como un medio para formar personas, darles unos conocimientos de cara a estudiar una formación superior, pero sobre todo, crear “espíritus críticos”, seres con capacidad de juicio y opinión, capaces de opinar sobre cualquier tema como política o cine aunque lo que hayan estudiado sea matemáticas puras y de no estar sometidos al engaño, saber diferenciar al político honesto que gobernaría para el pueblo y el que gobernaría para las empresas, aquel que es demagogo y el que no lo es; entes con libre albedrío que serán capaces de llevar sus vidas hacia un futuro mejor, un mundo mejor y hacia una existencia plena. Pero esto, amigos míos, no es así.

Pienso que tengo más razón para opinar que otros, ya que como estudiante vivo esta situación día a día, y todavía considero que no me he visto contagiado por el fenómeno que menciono antes. Y es que todo este curso, he tenido que convivir con personas cuya única aspiración en un futuro cercano es sacar más de un 13 en selectividad. No estoy diciendo que haya que suspender a propósito o que haya que irse a vivir al monte y hacerse pastor, no me malinterpreten, yo soy el primero que intentará sacar lo máximo posible en selectividad, pero… ¿Dónde queda la formación moral y ética? ¿Adónde queda el espíritu crítico y escéptico contra todo? ¿Dónde queda todo aquello por lo que Occidente ha luchado y ha desarrollado: la literatura, la democracia…? En fin, hasta este punto, y con bastante sesgo personal, podría tolerarlo y respetarlo, pero el problema es cuando todo esto se convierte en psicosis y un aula estudiantil no parece eso, sino una sala para psicópatas. Apenas se tiene la consideración de (y hablo porque lo he vivido) no intentar torcer y desmoralizar (sobre todo desde el punto de vista psicológico, nunca llegando a una agresión física) a compañeros que son visto como “rivales” y “competencia”, la envidia y el odio está a la orden del día. Eso de estudiar para superarse a sí mismo, el de estudiar como medio de formación personal y académica, y como manifestación intrínseca del ser humano por el conocimiento y el ansia de saber es algo completamente desfasado. Ahora la principal motivación de los estudiantes “sobresalientes” es la de sacar ese ansiado 13 en selectividad, estudiar una carrera que ni siquiera les guste solo porque esté bien vista socialmente (y es que en España parece ser que la palabra “Medicina” excita más que los típicos calendarios pornográficos que uno puede encontrar en cualquier ferretería) y escupir metafóricamente sobre el resto de mortales mediocres que no lo han conseguido, aumentar ese ego personal estudiantil cuando es muy posible no acordarse de nada de toda esa bazofia de Nietzsche,  Platón, Azaña o Cervantes que tuvo que estudiar. Pienso que no hay nada peor.

Está claro que hay gente que estudia Medicina por vocación, y llegan a ser grandes médicos y además personas con un gran entendimiento y que verdaderamente son almas críticas. Pero estoy convencido de que la mayoría de los que ahora estudian Medicina o similares son espíritus cuya una ambición es esa: la de estudiarla como medio de narcisismo y egolatría personal, estudiar por postureo. Da igual que tenga vocación o no, simplemente se ha de conseguirlo cueste lo que cueste, duerma tres horas diarias y aunque tenga que hacer todo lo posible por hundir a mi prójimo. Lo único que importa es la reputación social. Y claro, ese alumno que también sacó más de un 12 y se mete a estudiar filosofía porque considera que es su vocación no es más que un loco, una mente desaprovechada. Supongo que no es nada de extrañar que cada vez que tengo que ir al centro de salud o al hospital encuentre más ineptos entre el personal médico. (Quizás alguno de los que tuvieron un mal día en selectividad y en vez de un trece sacaron un once o por culpa de una asignatura que no tenía nada que ver con Medicina hubiesen sido grandes médicos, pero es lo que pasa con un sistema en el que se estudia algo porque tiene mayor nota de corte y no por vocación)

Y esto es consecuencia de un Estado al que no le interesa formar personas y “espíritus críticos”, es fruto de la más triste e infausta tecnocracia que desprecia y vomita sobre todo aquello que nos distingue al ser humano sobre el resto de animales: la filosofía, el arte… No hay nada más peligroso que aquel médico que solo sepa de medicina o aquel ingeniero que solo sepa diseñar motores. Da igual la profesión,  tanto como el médico como el ingeniero son los verdaderos ineptos, son aquellos que mantienen este sistema oxidado que crea bestias y monstruos de la memorización pero que a su vez reduce nuestra capacidad de entendimiento verdadero, la de pensar que algo se podría hacer para mejorar el mundo, la de que existe una solución a los problemas políticos de nuestro país. Pero claro, con  mi trabajo, mi sueldo y la televisión se vive muy bien, ¡para qué vamos a pensar! Qué razón llevaba Ray Bradbury con su descripción de la televisión: “La televisión, esa bestia insidiosa, esa medusa que convierte en piedra a millones de personas todas las noches mirándola fijamente, esa sirena que llama y canta, que promete mucho y que en realidad da muy poco”

Y ya que la película que menciono al principio tiene como temática principal la música, no quiero irme sin hablar de ella. Se hace una exaltación del virtuosismo técnico ante la verdadera expresividad de la música. Ya sea en el jazz o en la música académica (no clásica, pues esta última denominación es solo para la del periodo clásico) podemos encontrar sujetos capaces de tocar millones de notas por segundo, pero no son capaces de expresar una maldita frase musical. Muchas horas de estudio, dedos recalcados, baterías llenas de sangre… todo para olvidar qué es verdaderamente la música. De ahí que instrumentistas que no expresan nada con el Ave María de Schubert ganen concursos con obras contemporáneas que no dicen absolutamente nada, notas que parecen colocadas mediante un proceso azaroso de computadora que ponen los ojos de los jueces como órbitas. A mí, personalmente, me aburren… me aburren y me entristecen… ¿De qué me sirve saber hacer un doble swing con la negra a 300 pulsaciones si no sé tocar una balada de jazz correctamente?

Para terminar, no estoy criticando a aquellos que estudian Medicina, sacan excelentes calificaciones en sus respectivos estudios o estudian horas y horas de su instrumento. Lo que quiero decir es que por mucho que estudiemos para lograr nuestro objetivo o ambición es que no debemos olvidar que somos seres humanos, convivimos con mucha gente como nosotros y que ante todo hemos de ser espíritus críticos, saber qué es lo que pasa a nuestro alrededor y saber diferenciar la verdad del engaño. Resumiendo, ser personas con capacidad de análisis, crítica y de amar; no monstruos calculadores que ni aman, ni sienten, y que están dominados por sus más bajos instintos.

            Quizás el problema no sea que sangremos tocando la batería o estudiando, sino que en verdad sea nuestro interior el que sangre…