jueves, 2 de marzo de 2017

DEMAGOGIA CONTROLADORA, POPULISMO CIEGO

17% de batería en el móvil, de repente me encuentro con que no tengo nada que ver en mis grandiosas y tan populares redes sociales, debido por supuesto a que desde las 10 de la mañana que me he levantado he estado mirando mi móvil hasta saciarme completamente. No puede ser, lo he visto todo, ¿qué hago ahora? Hoy Susana no ha subido su foto, algo le pasará, esa chica es tan encantadora y tiene una vida tan bonita que se me hace muy raro no ver nada suyo a estas horas en Instagram. Quizá me vaya un rato más a dormir, no hay nada mejor que hacer, no hay filtro que mejore este día. Qué barbaridad, a esta actriz le quedaba mucho mejor el tinte rubio, a ver para qué se hace morena, qué mal gusto por favor, ahora mismo voy a mandarle un WhatsApp a Álvaro para que lo vea y se ría un poco.

Patético. Es demasiado evidente que no estaba hablando de una situación personal, no seas insensato querido lector, aún es temprano para ser vomitivos. No obstante, parémonos a pensar cuánta gente se verá inmersa en esta situación, en este contexto, y es que hoy vengo a hablarle del gran mundo de la hipocresía creado a partir del mal uso de internet. Twitter, Facebook, Instagram, Tuenti, Ask, Kiwi, Snapchat, Badoo, Meetic… Una inmensa red que ha atrapado a la población inconmensurablemente, deshaciendo poco a poco el interés por la cultura a la par del avance de internet. Por supuesto que esto no es aplicado en el mismo grado a todas las personas que usan los terminales para acceder a este tipo de páginas, pero admitámoslo, nos gusta enterarnos de las cosas por muy inútiles que puedan llegar a ser, cada uno a nuestra manera.

La causa de este artículo no es más que el profundo asco que he adquirido a las redes sociales (seamos sinceros, se me nota demasiado), y es que solo pararte a reflexionar la baja calidad social de vida que nos proporcionan te induce a odiarlas. Millones de personas están atrapadas por, como he dicho antes, esta “extraordinaria red” que da una visión del mundo totalmente distinta, totalmente ciega podríamos decir. A partir de ellas somos capaces de poner una tapadera de lo que realmente somos, de poseer un colchón de ego en el cual nos podemos apoyar, del cual la gente opina a su gusto y parecer. No estoy hablando de las múltiples plataformas que nos dan un conocimiento avanzado del mundo. Es una realidad que a través de internet hemos avanzado pudiendo hoy en día ir a cualquier lugar del mundo dirigidos por un mapa, encontrar grandes hoteles a precios muy económicos, etc. Pero no, yo no hablo de este tipo de plataformas, hablo de las que nos quitan más de lo que nos dan, de las que nos enganchan y nos consumen, como si nosotros y lo que vemos en la pantalla fuésemos parte de un romance continuo que no puede hacer otra cosa más que sobreexplotarse y tenerse controlados el uno al otro, aunque extrañamente sin cansarse. Llámenme antisistema, no me es más interesante los que opinan así de mí que el interés que muestro al observar un excremento de perro.

Salimos a la calle y vemos a esa persona que hace poco habíamos visto a través de nuestro ordenador, móvil, o el instrumento que use cada uno, y curiosamente no hay ningún saludo mutuo, ningún indicio amigable entre dos personas que supuestamente en la nube electrónica tienen establecida una amistad. Esa es la hipocresía que he mencionado con mucho gusto anteriormente, esa capacidad tan falsa de fingir ser popular a base de sumar el número de amigos en Facebook, los me gustas en Instagram, o los seguidores en twitter. ¡Vaya cutrez! Podemos apreciar el montón de mierda que tiene una persona encima cuando se preocupa más por tener más seguidores que seguidos en una red social que de leer una buena obra de William Shakespeare o de Fiódor Dostoievski, o al menos tener curiosidad hacia ella. ¿Qué clase de trastorno psicológico definiría esta actitud? Podríamos inventar uno, nadie lo notaría, sería algo subjetivamente normal.

Estarás preguntándote si yo tengo redes sociales o las he tenido, que cómo puedo criticarlas si no tengo, que si no sé usarlas, o cualquier cosa que se te venga a la cabeza, y sí, yo tuve redes sociales en mi momento juvenil despreocupado que todos tenemos, pero llegó un momento en el que vi la cantidad de tiempo desperdiciado que asumen debido a que no les damos un buen uso comercial, de difusión de contenido cultural, comediante o de interés social, entre otros (al nivel que deberíamos dárselo). No. Las usamos para ver a esa persona, que una vez fue a nuestra clase, en una discoteca de lujo bien vestido con cigarro y cubata en mano, para ver una foto de esa chica tan guapa (a base de filtros, por supuesto) en su tan interesante viaje a Italia, con el Coliseo de fondo, una sonrisa de oreja a oreja, unas gafas de sol, y la ropa de moda, claramente acompañada de una frase melancólica de Bob Marley, que seguramente no la haya dicho nunca. Pero y qué, si queda genial, ¿no es eso lo importante? Qué ironía tan grande y asquerosa a la misma vez. Pobre dignidad de Bob, él no tiene culpa del nacimiento de estos ineptos.

Dramas aparte, no todo va a ser sacar mi espíritu crítico y querer desmontar de la sociedad virtual occidental, no, de momento me apellido García y no Nietzsche, y todavía no fumo opio. Insisto en todavía. Tenemos a nuestra disposición un arma expresiva que ocupa cualquier rama de información posible en la Tierra. Si consiguiésemos poner en lo más alto de la nube los recursos más útiles, precisos, y acaparadores de sabiduría, a base de insistencia de la minoría que pensamos en esto, podríamos conseguir multiplicar exponencialmente la cultura de la población. Para llevar a cabo esto tenemos que empezar donde la persona y el espíritu crítico comienza a desarrollarse, que no es más que en la constante educación que deberíamos recibir y desarrollar desde  muy pequeños. Cuidar a las nuevas generaciones que van surgiendo dándoles libertad de elección y expresión hará que no sólo mejoremos el tema central de este artículo de opinión, que va, se extenderá a mucho más. Podremos despertar de la pesadilla en la que nos tienen sumergidos, mejor dicho, ahogados, estos estereotipos sociales y el gobierno manipulador. La moda no será más que una excusa para no reconocer que no tenemos gusto ninguno a lo largo de nuestra vida, y que por eso nace en nosotros la necesidad de cambiar de tendencias de vez en cuando, en lugar de mostrarnos originales y tal y como somos, con nuestros gustos y características particulares. Podremos inclusive comenzar a llenar las bibliotecas, las salas de cine, los teatros, que los viernes los estudiantes tengan conversaciones con más nivel que una simple crítica hacia su prójimo, que los trabajadores, al llegar a su casa tras un día intenso de trabajo, no vacíen su cerebro en la televisión, sino que lo llenen enriqueciéndose hablando con su pareja, hijos, padres, sacando temas de conversación con energía positiva que no tengan más que eso, buenas razones para haber llegado a casa, o, por qué no, que cojan un libro de alguna materia que le fascine. ¡Nunca es tarde para aprender y descubrir! Así deberíamos pensar a mi parecer (como concepto general, pues específicamente hay muchos más matices), que no es más que uno más de entre tantos. Sabemos de sobra que una amplia variedad de las cosas que nos rodean tienen influencia externa: ves la prensa y es evidente su tendencia política o social, visitas los bares y las palabras vehementes que salen de sus individuos son solo quejas a la sociedad, que no están nada mal, pero que su problema es que no saben darle solución práctica ni ningún modo de revelación, porque como ya he dicho están ahogados hasta el cuello. Por no hablar de la pantalla succionadora de conocimiento, la televisión, que nos aleja del conocimiento verdadero junto a las sidosas plataformas de internet, con perdón del adjetivo.

Todo esto es motivo suficiente para ensalzar el valor que debemos darle a la comunicación familiar, a la amistad, al deber, a la honradez, al buen hacer, a todas esas características que por mucho que nos insistan nunca podrán controlar. Nunca conseguirán hacernos marionetas de nuestros sentimientos sinceros, de la persona que llevamos dentro y que debemos sacar al exterior para que la vea todo el mundo en su esplendor. Dejemos atrás las extensas cadenas de la sociedad, los gustos impuestos por los otros que solamente se infiltran en nuestra alma para molestar, sin otra finalidad. Si quieres hacer algo que para ti y en general moralmente no debería tener nada de malo, sal a la calle y demuestra lo atrasados que estamos, demuestra que la evolución hasta ahora ha sido solamente física, y que estamos cegados debido a que los de arriba han puesto una capa de niebla a nuestro alrededor, incordiando a nuestros cercanos y a los no tan cercanos.

Este es mi propósito. Mi queja hacia internet no es más que una excusa para destapar mis grandes ganas de zozobrar la vida prescrita. Digamos que es una especie extraña de alegoría. Como diría un sabio antiguo:

“Para evitar la crítica, no hagas nada, no digas nada, no seas nada”.

LA FALTA DE FE, EL MIEDO A LOS DESAFÍOS

No es sencillo determinar a ciencia cierta los cánones de la creación y poder responder a la misma vez aquellas preguntas que todos nos hacemos desde que somos pequeños y elaboramos un uso de la razón: ¿Quién nos creó originariamente?, ¿Por qué soy como soy?, y, sobre todo, ¿Está bien estimado y desarrollado lo que hemos hecho hasta ahora? ¿Cómo pensaremos, seremos, y actuaremos en el futuro?

Pues bien, dejando la gran incertidumbre del alma filosófica que todos deberíamos tener, a raíz de todas estas preguntas, desde tiempos inmemoriales, la raza humana ha querido siempre dar respuestas definitivas, creando con ello a seres superiores a nosotros con poderes sobrenaturales e inexplicables al mismo tiempo. Son los llamados “dioses”. Podemos sacar ejemplos de cualquier civilización tanto antigua como actual: desde la gran cantidad de creadores en los que creían los egipcios, pasando por el gran dios cristiano predominante en la cultura occidental y llegando a la amada naturaleza de Buda. En lo que coinciden todas las religiones es en el ímpetu y la necesidad de saber, el cual hizo que buscásemos subyugar respuestas.

Si pensamos objetivamente la finalidad, “subjetiva” en el método utilizado, de las religiones, siempre ha sido en un principio ni más ni menos que la de mejorar nuestra vida sintiéndonos realizados con lo que pensamos y expresamos, pero nunca se desarrolló de esa forma. Una gran cantidad de guerras, discusiones y demás situaciones aterradoras nos siguen perturbando en pleno siglo XXI. No nos conformamos con las Cruzadas entre los siglos XI y XII, con las guerras santas francesas del siglo XVI, ni tan siquiera con la gran Guerra de los Treinta Años del siglo XVII entre cristianos y protestantes. Aún hoy somos testigos de grandes estafas y engaños a causa del concepto de religión, que nada tienen que ver con esta realmente. Ejemplos son las sectas que sacaron en su momento un bono para molestar, porque no se puede decir de otra forma, a personas que podríamos decir que “ya eligieron su equipo”, pasando de la tolerancia a la falta de respeto cuando el insistir se convierte en obsesión. También podríamos mencionar las cartas de indulto para que te perdone dios, con fines económicos o sociales, tan populares antiguamente, o el preocupante problema actual del yihadismo.

Y es que actualmente en nuestro televisor podemos ver atrocidades de todos los tipos a causa de la creencia en un “estilo de vida” totalmente inventado y para nada racional, sobre todo en Medio Oriente, donde a los niños se les usa de armamento militar, las ideas intelectuales adquieren un valor nulo en las mentes de las personas, y a las mujeres se les puede apedrear fácilmente por un grupo de machotes que intentan demostrar poderío del sexo varonil (sí, hablo de la lapidación, puesto que en el Islam una mujer no se puede divorciar de su marido ya que supuestamente al casarse pasa a ser de su propiedad, así, como si de un animal de compañía se tratase… ¡Y ten valor a contradecir a Alá!).

Pero no nos vayamos del tema. Para llegar a estas situaciones hemos tenido que pasar por un largo camino, o por muchos caminos, como se quiera ver. Con toda la convicción del mundo y dando toda mi “fe” (nótese la ironía), es evidente que la gran finalidad de la creencia se vio obstaculizada por las instituciones referenciales a susodicha. Mucha es la gente que dice que los escritos antiguos como la Biblia o el Corán son inventos que se hicieron para ensalzar a los dioses y meternos en la cabeza una mentira muy bien ejecutada, la GRAN estafa de la vida. Yo no puedo decirte si es verdad o no que ocurrió lo que dicen los escritos, pero sí puedo establecer que el foco problemático de la religión no viene de ellos, puesto que no son más que palabras. El foco real del desastre es la “falsa religión” que se ha creado a partir de todo lo contado hasta ahora. Infinito es el número de almas que entregan su uso de razón a la creencia y se desvinculan del propósito verdadero, el mejorar y avanzar, y no el sustituir tu capacidad de reflexión por unas pautas que nunca pensaste (ojo, que, como persona, tengo mis creencias, y puedo asegurar que no estoy siendo ni voy a ser parcial pese a la relatividad del asunto).

Es impensable el abandono a nuestra suerte al que hemos llegado a través de las instituciones y las reglas religiosas que nos hemos implantado a nosotros mismos con el propósito de sentirnos satisfechos, porque aunque nos las hayan implantado otros, no hemos hecho nada para evitarlo y la culpa por lo tanto es nuestra. Queramos o no, tenemos que convivir con gente que cree diferente a otra gente, y así sucesivamente. No obstante, atribuimos nuestros fallos y nuestras penumbras a las divinidades, porque, si no, ¿Por qué dios nos deja que suframos por él?, ¿Por qué no proclama la paz mundial y consigue que todos seamos felices y se acaben las guerras?

¡Clarísimamente porque él no las originó, y no tiene el deber de solucionarlas! El ser humano ha querido echarle la culpa a un concepto abstracto, el cual no es posible demostrar científicamente, de todos los problemas que ha tenido (al igual que de los logros), limpiándose las manos tan sucias que siempre ha tenido. Efectivamente nosotros somos la causa y consecuencia de todo el mal que nos rodea. Esperamos que las cosas mejoren creyendo ciegamente en algo pero sin hacer nada al respecto, y si no nos complace queremos pensar que no ha sido debido a nuestra inmadurez como espíritus, sino que la culpa de todo la tiene “el de arriba”. ¡Y una mierda! Con perdón de la expresión, las instituciones no reflejan ni han reflejado nunca la capacidad que podemos llegar a tener de mostrar una fe que nos ayude en nuestra vida. Nos han impedido avanzar, pues para ellas no existe la fe en uno mismo.

Estas mencionadas instituciones que quieren reunirnos en comunidades religiosas están controladas, llevadas y ligadas a otras y por otras personas e instituciones que no tienen nada que ver con la religión propiamente dicha, que pueden tener otros fines ocultos para nada morales. ¿Por qué no podemos ser críticos frente a ellas?, ¿Es que tan solo agnósticos, ateos, o contrariados a dicha institución pueden ponerse en contra? Dichos establecimientos tienen como portavoces personas influidas por intereses externos, y el fallo que tenemos es atribuir los errores a, como antes he mencionado, la religión como concepto, olvidándonos de lo material, de que nunca el fin de ella fue lo que nos quieren hacer ver. El mundo pudo haber mejorado a grandes zancadas a través de la religión, pero el disfraz con el que los delincuentes de la historia nos han estado engañando han cambiado la esencia de la palabra y han hecho que le tengamos odio, o lo que es peor, miedo.

Con todo esto no quiero decir que no hayan representantes de instituciones como, por ejemplo, de la Iglesia en el cristianismo, que hagan perfectamente sus funciones y no perjudiquen en absoluto a su funcionamiento. Es más, que lo mejoren. O obispos honestos, para dar más ejemplos.

Solo quiero que abramos los ojos y no nos dejemos llevar por la corriente populista tan común en nuestros días de ser un alterador del orden, que hace que nos olvidemos de dar nuestra opinión de una forma concisa y respetable, pues este problema se puede traspasar a muchos otros que nos asolan en el día a día. Ojalá llegue el momento en el que no se mezcle el significado verdadero que siempre pudo tener la religión con el que le dieron con los años, el día en el que una persona pueda decir que cree en sus posibilidades y en su visión del mundo para mejorar su situación y vivir en armonía, sin entrar en contradicción con algún forofo adicto a malinterpretar libros sagrados, el día en el que poseamos una razón libre sin obstáculos provenientes de payasos que se hacen pasar por portavoces de un estilo de vida, que quieren inculcarnos unas determinadas pautas. Cuando llegue ese momento, quizá miremos atrás y veamos cuántos pasos en vano dimos en nombre del clero, dejando así de retroceder y comenzando a ir de nuevo al frente sin tener que esperar una carta de indulto por tropezar con las circunstancias que se nos muestra a lo largo de la vida.

El problema, señores, radica de cómo hemos interpretado el significado de la religión, pensando que lo que nos muestra un edificio, una persona, o un conjunto de ellas es lo que quiere decir en sí esa creencia.

¿A quién no le gustaría dejar de ver símbolos santos en las armas, o lo que es mejor, dejar de escuchar atrocidades en nombre del señor?


El aprendizaje de los valores a través del deporte: ideología y realidad.

Para empezar, nos tenemos que plantear si el deporte realmente incentiva al aprendizaje de los valores que tantas veces mencionamos. Dichos valores pueden ser sociales: respeto, cooperación, relación social, amistad, competitividad, trabajo en equipo, participación de todos, expresión de sentimientos, convivencia, lucha por la igualdad, responsabilidad social, justicia, preocupación por los demás, compañerismo, etc. El deporte también tiene valores personales: habilidad (física y mental), creatividad, diversión, reto personal, autodisciplina, autoconocimiento, mantenimiento o mejora de la salud, autoexpresión, logro (éxito, triunfo), autorrealización, recompensas, reconocimiento, aventura y riesgo, imparcialidad, deportividad y juego limpio, espíritu de sacrificio, participación lúdica, perseverancia, humildad, autodominio, obediencia, etc. Toda esta cantidad de valores que pueden trabajarse en la práctica deportiva, no obstante, no siempre han sido plasmados en los deportistas a lo largo de la historia que conocemos en nuestros días, o han querido ser plasmados pero de una forma muy diferente a como los conocemos actualmente.

Se dice que el deporte desarrolla el carácter, es una escuela natural de moralidad. Dicha escuela está impregnada en el tuétano de la sociedad porque desde los clásicos, entre los cuales incluimos al filósofo Platón, se ha incluido el deporte dentro del marco social de cualquier civilización. En concreto, para Platón educación y deporte van íntimamente relacionados. El concepto de deportividad se ve entonces como un plus moral, pero… ¿Esto es así o es una cuestión ideológica? En el ámbito universitario tenemos que plantearnos si el deporte cumple las expectativas planteadas o realmente nos hemos estado equivocando a lo largo de toda la historia. Se ha conformado esta ideología, y tenemos que ver si se compadece con la realidad o no. Hay 3 hechos históricos relacionados con este tema, los cuales son el deporte griego, el sport inglés y el neo-marxismo.

Para el deporte griego de la Antigua Grecia hay un ideal del deporte y de la educación, llamado Areté (simbolizando la excelencia). El Areté es un concepto crucial que tiene una función religiosa y forma parte de la cultura, de la competición deportiva, tiene que ver con la victoria, las escasas reglas, los valores de una persona, los valores sociales, el ser valiente y noble si realizas deporte. También muestra belleza, capacidad, sabiduría… Sin embargo, todas estas virtudes eran solo para los aristócratas, habiendo por lo tanto una desigualdad social muy notoria, pues no se consideraba que los habitantes del pueblo raso pudiesen practicar algún deporte ni como fin lúdico ni como fin competitivo.

En cuanto al sport inglés, desarrollado en Inglaterra durante los siglos XVIII y XIX, se caracteriza por el hándicap, el amateurismo, los récords, la negación de lo popular y el Fair-Play. El hándicap es la resistencia impuesta por la naturaleza para una actividad, la inercia errada que iguala las posibilidades, la desventaja impuesta por el deterioro del uso. El amateurismo se refiere a que no pueden participar en los deportes jugadores profesionales que se dediquen exclusivamente a un deporte concreto. Por lo tanto, como solo disponían de medios los aristócratas, el deporte es cosa de caballeros, no de clases populares, y hay una gran desigualdad social teniendo las mimas condiciones del antiguo deporte griego. Se empiezan a registrar los primeros récords en las distintas modalidades deportivas, los cuales se irían superando conforme avanzasen los años y mejorasen los deportistas. Por último tenemos el Fair-Play, cuyo significado es juego limpio. Se entiende por inercia que los caballeros no hacen trampas porque son profesionales con valores y que las clases populares no cumplirían estos requisitos y por lo tanto no merecen participar. Los dos elementos que caracterizan al deporte inglés por encima de todos los demás son el juego limpio como valor y la práctica deportiva por mero placer. Hay un reconocimiento y respeto a las reglas de juego, una relación correcta con el adversario, un mantenimiento de la igualdad de oportunidades más allá de las normas (característica claramente sobre el papel, pues todo el mundo no podía llevar a cabo una práctica deportiva), un rechazo de la victoria a cualquier precio como la que tenemos en nuestros días y podemos ver en cualquier equipo de base, una actitud digna tanto en la victoria como en la derrota, y un compromiso real con la actividad y los compañeros. FAIR PLAY. Pero no todo es tan positivo, pues niegan lo popular: hay recreaciones crueles como lo son la matanza de animales, la violencia en el fútbol predeportivo, etc. También tenemos la ya mencionada difícil distinción entre amateur y profesional, la cual hasta los JJOO de Barcelona 1992 no se soluciona, negándose lo popular. Tenemos un ejemplo de la época: John  Brendan Kelly, también conocido como Jack Kelly, albañil de profesión y campeón olímpico de remo. Fue uno de los remeros estadounidenses más exitosos en la historia del deporte de remo. Fue triple ganador de la medalla de oro olímpica, el primero en hacerlo en el deporte de remo. Su padre, John Henry Kelly, también era un gran deportista en la misma modalidad.

A lo largo del siglo XIX existe una evolución en el concepto del deportista amateur: en 1866 se define como amateur a aquella persona que nunca ha participado en una competición pública. En 1867 tampoco se considera como amateur, además de a lo mencionado anteriormente, a cualquier persona que se dedicara a ser mecánico, artesano, ganadero, o cualquier trabajo de índole similar. Un año después, en 1868, se define al amateur como el caballero… Evidentemente en las 3 definiciones dadas se excluye a la clase popular.

Llegamos al tercer punto histórico relacionado con el hecho de la deportividad, el neo-marxismo de mitad del siglo XX. El neo-marxismo, en relación con el pensamiento marxista, se remonta a los primeros escritos de Karl Marx anteriores a la influencia de Engels, rechazando el determinismo económico percibido de Marx en los escritos posteriores prefiriendo hacer hincapié en aspectos psicológicos, sociológicos y culturales. Para este movimiento el deporte es un producto del capitalismo, los clubes son los patronos y los deportistas profesionales corresponden a los obreros. Esto genera la misma historia de las empresas, pues los deportistas son nuevos trabajadores. Se ideologiza el asunto del deporte como antes se había hecho desde otra perspectivas como el deporte griego y el sport inglés.

Por lo tanto, tras estos hechos se dan diversas afirmaciones sociales dominantes: que la práctica del deporte por sí misma no desarrolla valores, que dicha práctica por el contrario genera antivalores, que la deportividad en un sentido u otro se transfiere de modo automático a otros contextos, etc. ¿Es todo esto verdad? Podemos ver en un partido de fútbol de alevines (10-11 años), por nombrar un ejemplo, cómo el padre de uno de los jugadores le dice a su hijo que le ponga el codo en el cuello al rival para que este no pueda saltar. ¿Qué deportividad reside en ese acto? Tenemos medidas de contraste de las hipótesis mencionadas: por un lado se quiere dar un razonamiento moral, dar ejemplo con el Fair-Play, el autocontrol… Pero por otro vemos la cara oscura, la agresividad.

Para investigar si la práctica deportiva contribuye al aprendizaje de valores, la estrategia más utilizada es: comparar deportistas y no deportistas y ver si hay diferencias significativas entre ellos, observando el impacto de los niveles de implicación personal en los valores de la deportividad del deportista con respecto al no deportista. Si se confirmaran las hipótesis los deportistas tendrían un desarrollo moral mucho mayor que los no deportistas, el cual a mayor implicación en la cantidad de horas de práctica deportiva (no de educación física) tendrían mayor desarrollo moral. Estas dos hipótesis rechinan, obviamente esto no es así, nosotros no mejoramos moralmente por el mero hecho de salir a correr, jugar un partido o ir al gimnasio. Por ejemplo: efectuados los contrastes entre jugadores universitarios de baloncesto y sus homólogos no deportistas, se vio cómo los primeros realizaban razonamientos morales menos maduros que los segundos. Otro ejemplo lo tenemos en participantes de este experimento que practican deportes de contacto alto, tanto hombres como mujeres, los cuales tampoco por dicha práctica desarrollan mejoras en su moralidad. Sacamos así las primeras conclusiones: la práctica del deporte tal como se realiza en la actualidad no desarrolla valores. En determinadas circunstancias los resultados pueden ser los contrarios.

Surge una nueva pregunta de investigación: ¿Por qué los deportes de medio y alto contacto inciden de manera tan negativa sobre determinados valores y actitudes de los deportistas? Las nuevas hipótesis que intentan darle solución a esta pregunta dicen que es por consecuencia de la lógica interna de los deportes (interacción física con el adversario en deportes como la lucha, el fútbol, el balonmano, donde el contacto físico es muy elevado). También dicen que es por un resultado del contexto social, educativo y cultural en que se desarrollan estos deportes. Los resultados de estas hipótesis concluyen lo siguiente: lo que verdaderamente predice los comportamientos desadaptativos es la variable contexto, el medio en el que se ponen en práctica los deportes de contacto (resultados categóricos), las personas que juegan un papel importante en el deporte de manera externa. No es la estructura del deporte, sino el contexto. Las evidencias de este son: el clima estructurado por el entrenador, responsable máximo del juego y la actitud desarrollados por sus jugadores, los compañeros de juego, los padres, los espectadores, y los medios de comunicación social. Todos cobran gran importancia a la hora del buen o mal aprendizaje de valores, pero concretamente el papel de los padres y de los medios de comunicación es esencial, pues son un factor diario que incide mucho en la futura conducta de los jugadores en el campo de juego. Diariamente vemos cómo los padres dan mal ejemplo desde las gradas por su afán de que sus hijos lleguen a ser en un deporte lo que ellos nunca consiguieron, y también en la televisión, la radio y los periódicos vemos y escuchamos cómo los medios no se centran en lo más bonito e importante del deporte, sus valores, sino en las peleas, las discusiones, los contratos de los jugadores, las camisetas, etc.

¿Tienen los entrenadores que hacerse responsables de la conducta de sus jugadores? Claramente sí, es un deber que deben de llevar a cabo. ¿Se podría manipular el contexto, no sólo para eliminar las actitudes inadecuadas sino incluso para utilizar el deporte como elemento educativo? Sí, con un desarrollo de habilidades para la vida, con el deporte para la paz, con educación socio-moral, con el desarrollo de la responsabilidad personal y social, y con el deporte para educar en valores. Todas estas respuestas son posibles programas de intervención para mejorar los comportamientos éticos.

La mera práctica no genera valores. Es la intervención sistemática, voluntariosa, extraordinariamente dirigida, la que genera esos valores educativos. ¿Cómo debe de estar guiada esta intervención pedagógica? Debe de haber formación y compromiso del profesor y entrenador en el desarrollo de valores, establecer metas a las que dirigirnos, asumir las metas establecidas (tener una programación de valores porque voy a trabajar con mis alumnos para conseguir el aprendizaje de dichos valores), tener calidad en las relaciones personales, y desarrollar actividades, planes y estrategias. El deporte supone una relación personal cálida entre profesor/entrenador/monitor y alumno/jugador, pues si no tenemos alguien que nos dé ejemplo no podremos perfeccionar nuestra moral y conducta por nuestro propio camino. Más principios pedagógicos para saber cómo debe de estar guiada la intervención pedagógica son aprender a través de la práctica, hacer una reflexión y puesta en común al final de las clases o entrenamientos, que haya una transferencia a otras situaciones diferentes, y evaluar todo el proceso. Por eso las clases de educación física deben incorporar una parte final que cultive valores deportivos, evaluando el proceso. “No hay que vender humo”.

Llegamos así a las siguientes conclusiones:

- La mera práctica del deporte no desarrolla valores.
- La práctica deportiva en la actualidad se asocia a tendencias agresivas.
- Es preciso establecer políticas educativas que enseñen a practicar y consumir deporte.
- El profesor o entrenador es un elemento esencial en este proceso.

Desarrolla deporte no quien lo aprovecha como contexto para mostrar tendencias políticas, proyectos económicos o ideologías, sino quien sabe apreciar la técnica de un jugador, la táctica de un equipo, el modelo de entrenamiento de un entrenador, el juego limpio entre dos o más rivales, e infinitos aspectos más que hasta ahora no hemos sabido apreciar totalmente y por los cuales merece la pena luchar, enseñando a todas las personas, pero sobre todo a los niños y niñas, qué es lo realmente importante del deporte, dejando atrás la típica respuesta de muchos niños cuando se les pregunta qué quieren ser de mayor: “Yo quiero ser futbolista para ganar mucho dinero y no tener que estudiar”.